15 de julio, san Buenaventura, obispo y Doctor de la Iglesia

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San Buenaventura nació el 1227 en Bagnorea, aldea de la Toscana. Se cuenta que de niño estaba enfermo, pasó por allí San Francisco, le curó y lo llamó a la sociedad de los Hermanos Menores. Parece que el serafín de Asís quiso dejar una centella de su espíritu en el Doctor Seráfico.

Después de tomar el hábito en la orden seráfica, estudió en la Universidad de París, bajo la dirección del maestro inglés Alejandro de Hales. De 1248 a 1257, enseñó en esta universidad teología y Sagrada Escritura. A su genio penetrante unía un juicio muy equilibrado, que le permitía ir al fondo de las cuestiones y dejar de lado lo superfluo para discernir todo lo esencial y poner al descubierto los sofismas de las opiniones erróneas. El santo se distinguió en filosofía y teología escolásticas.

El santo no veía en sí más que faltas e imperfecciones y, por humildad, se abstenía algunas veces de recibir la comunión, por más que su alma ansiaba acercarse a la fuente de gracia. Pero un milagro de Dios permitió a San Buenaventura superar tales escrúpulos.

La Sorbona de París vibraba con las discusiones de los grandes maestros, Guillermo de Santo Amor, Alberto Magno, Siger de Brabante, el Doctor Irrefragable Alejandro de Hales y el Doctor Angélico Tomás de Aquino. Todos comentaban a Pedro Lombardo. Y tras él estaban Aristóteles y Averroes.

Cuando Buenaventura llega a París se horroriza ante tantas disputas. Él busca la paz y la parte de verdad de las opiniones ajenas. Sigue sobre todo a Alejandro de Hales «mi padre y maestro», y heredará su cátedra.

Empieza comentando a Pedro Lombardo, el Maestro de las Sentencias. Sorprende su definición de la teología «como una ciencia afectiva». Tanto como la inteligencia habla el corazón en el Comentario que publica sobre Pedro Lombardo. Es obra de especulación y de edificación a la vez.

Buenaventura, como antes San Anselmo, pertenece a la escuela agustiniana. Era un temperamento agustiniano y platónico, pero tiene también grandes influencias aristotélicas. Seguía también el criterio socrático, según el cual la ciencia debe servir para hacernos mejores y conducirnos al amor. Por eso sus opiniones tienden siempre a despertar la piedad, a enaltecer la idea de Dios y a resaltar la vanidad de las cosas creadas.

Para San Buenaventura, como para San Agustín, la unión del alma con Dios es el término de toda ciencia, y esto se verifica por el amor. Por eso su enseñanza es más afectiva y práctica que especulativa. No le importa el método escolástico, con tal de hacer más virtuosos a sus discípulos. Si santo Tomás de Aquino se esfuerza, sobre todo, por iluminar las inteligencias, él busca más inflamar los corazones. Los dos se encontrarían muchas veces. Sin duda, se comprendieron y se estimaron. Eran complementarios-. «El uno, dice Dante, fue todo seráfico en ardor. El otro fue un esplendor de luz querúbica».

Cuando los hijos de Francisco y de Domingo se multiplicaron, muchos vieron que empezaban a perder influencia, y prendió entre ellos la envidia ante el ascenso de los frailes mendicantes, encabezados por Guillermo de Santo Amor. Tomás y Buenaventura se unieron para desenmascararles. Buenaventura publicó De perfectione evangelica, apología apasionada de la perfección cristiana, que dejó malparados a los difamadores.

San Buenaventura es una de las personalidades más ricas que ha habido en la Iglesia. Es predicador y profesor, filósofo y poeta, teólogo y místico. Y todo en grado eximio. Es un buen gobernante cuando a los 35 años es elegido Ministro General de los Franciscanos. Con suavidad y energía anima a los hermanos relajados y frena los extremismos de los fraticelos.

Es un gran escritor como lo muestra en el Soliloquio, Los tres caminos sobre la oración, la meditación y la contemplación, el Hexameron, y El itinerario de la mente hacia Dios, que es un retrato de su misma vida. Por fin, en el monte Alvernia, escribió, entre lágrimas, la Vida de San Francisco.

Gregorio X lo hace cardenal y obispo de Ostia. El 1273 Tomás y Buenaventura se dirigen a Lyon para participar en el XIV Concilio Ecuménico. Tomás muere en el camino. Buenaventura lleva el peso en el trato con los orientales. Con sabiduría y dulzura consigue que firmen su unión con la Iglesia de Occidente. Ocho días después volaba al paraíso.

San Buenaventura se caracterizaba por la sencillez, la humildad y la caridad. Mereció el título de «Doctor Seráfico» por las virtudes angélicas que realzaban su saber. Fue canonizado en 1482 y declarado Doctor de la Iglesia en 1588.

Redacción SOY CENTINELA

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