Cinco lecturas para empezar con esperanza la semana

Benedicto XVI, Giovani Papini, o Albert Peyriguére nos llevarán a «descubrir la alegría profunda e inigualable de saberse nada, de sentirse nada; que lo bueno y lo digno del maestro que hay en usted es lo que Él mismo pone en usted»
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Benedicto XVI, Giovani Papini, o Albert Peyriguére nos llevarán a «descubrir la alegría profunda e inigualable de saberse nada, de sentirse nada; que lo bueno y lo digno del maestro que hay en usted es lo que Él mismo pone en usted».

Joseph Ratzinger. Caminos de Jesucristo:

«Si hoy nosotros tuviéramos que elegir, ¿tendría alguna oportunidad Jesús de Nazaret, el hijo de María, el Hijo del Padre? ¿Conocemos realmente a Jesús, lo comprendemos? ¡Hoy como ayer, no tenemos que esforzarnos por conocerlo en una forma completamente nueva? El tentador no es lo suficientemente burdo como para proponernos directamente la adoración del diablo. Solamente nos propone que nos decidamos por lo que es razonable, que prefiramos un mundo planificado y totalmente organizado en el que Dios puede tener un lugar como un asunto privado, pero sin que pueda entrometerse en nuestros proyectos esenciales(…) El poder de Dios en el mundo es discreto, no busca ostentación, tal como lo muestra la historia de las tentaciones, sino también toda la historia terrenal de Jesús. Pero éste es el poder verdadero y permanente. La causa de Dios parece continuamente ‘yacer como en agonía’, pero continuamente se demuestra como lo realmente permanente y salvífico. Los reinos del mundo que Satanás podía mostrar al Señor se han ido derrumbando todos. Su gloria ha demostrado ser mera apariencia. Pero la gloria de Cristo, la gloria humilde y dispuesta al sufrimiento de su amor no ha perecido».

Albert Peyriguére. Dejad que Cristo os guíe:

No somos nosotros los que acudimos a Cristo, es Él que viene a buscarnos y a adueñarse de nosotros, a adueñarse de nosotros tal como somos con nuestras grandes insatisfacciones, nuestros ardientes y nobles deseos, los pequeños sacrificios, que hacemos y que sentimos tan alejados y tan indignos del don total que es el único digno de Cristo…Sí, Él viene a posesionarse de nosotros con todo lo bueno que hay en nosotros, pero también con nuestras miserias y nuestras debilidades, con nuestras dudas y a veces nuestros desalientos, nuestras repetidas entregas, que acaban siendo en cada instante reiteraciones continuas para retomarnos(…). Descubra la alegría, sí la alegría profunda e inigualable de saberse nada, de sentirse nada… que lo bueno y lo digno del maestro que hay en usted es lo que Él mismo pone en usted…decirse, que con los desenfrenos de sus veleidades que recaen sin cesar sobre sí mismas, de sus pobres esfuerzos que hace sin cesar y que sin cesar se le caen de las manos, que con todo esto Cristo- Él sólo, porque solo Él es capaz- con todo esto Cristo lleva a cabo el desafío magnífico de hacer de usted otro Cristo. Descubra, guste, apasiónese por gustar la paz infinita de no saberse nada más que miseria y debilidad, y descubra la inmensa emoción de se tomada así por Cristo».

Giovanni Papini. Historia de Cristo:

«Cuando uno ve a los hombres cómo son y no tiene esperanza de salvarlos, es decir, de cambiarlos, y no puede vivir como viven ellos porque es muy de otra manera, y no consigue amarlos porque los cree condenados a la infelicidad y maldad eternas, y para él los brutos serán brutos siempre, y los cobardes siempre cobardes, y los bellacos siempre bellacos, y los sucios más enfangados cada vez en su suciedad, ¿qué otra cosa puede hacer sino aconsejar al corazón que calle y esperar en la muerte? El problema es éste: ¿son inmutables los hombres, incapaces de transformación y mejora? ¿Puede el hombre santificarse, divinizarse? La respuesta es de tremenda gravedad. Todo nuestro porvenir está en esa pregunta. Incluso entre los hombres que están sobre los demás hombres, los que más han tenido plena conciencia del dilema. Muchos han creído, y creen, que se puede cambiar la forma de vida, pero no el fondo, y que al hombre todo le será dado menos cambiar la manera de ser de su espíritu. El hombre, dicen, podrá ser más dueño del mundo, más rico, más docto; pero no podrá cambiar nunca su estructura moral; sus sentimientos, sus instintos primeros serán siempre los mismos(…). Otros sienten horror por el hombre tal como ha sido y como es; pero antes de ahondar en la desesperación del nihilismo consideran al hombre como podría ser, tienen segura fe en una mejora del alma y se sienten felices en la divina pero terrible empresa de preparar la felicidad de sus hermanos. No hay para los hombres, otra elección. O la más desconsoladora angustia o la fe más intrépida. O morir o salvar. El pasado es terrible, el presente es asqueroso. Demos nuestra vida, ofrezcamos todo nuestro poder de amar y de entender para que el mañana sea mejor, para que el futuro sea feliz. Si hasta aquí nos hemos equivocado-y la prueba irrefutable es que estamos mal-, trabajaremos por el nacimiento de un hombre nuevo y de una vida nueva. Ésta es la única luz. O la felicidad no les será concedida nunca a los hombres, o si la felicidad puede ser nuestra común y eterna posesión-y esto es lo que enseña Jesús-, no la podremos alcanzar más que a ese precio. Cambiar de camino, transformar el alma, crear valores nuevos, negar los antiguos, decir el No a la santidad, al Sí engañador del mundo. Si Cristo se hubiese equivocado no nos quedaría más que la negación absoluta y universal y el voluntario aniquilamiento o el ateísmo riguroso y total-no el hipócrita y manco de los pusilánimes de hoy-, sino la fe operante en el Cristo y el amor que salva y resucita».

Romano Guardini, El Señor:

«El creyente seguirá siendo, en su quehacer cotidiano, el mismo comerciante, el mismo funcionario, el mismo médico. Siempre tendrá que hacer las mismas cosas. Y no por ser creyente va a funcionar su máquina mejor que la de otro que no lo es, ni sus enfermedades van a ser más leves. Pero si cumple con su trabajo al mismo tiempo que vive en Cristo, algo se produce en él, aunque sea de manera inconsciente. Se volverá más serio, más formal, perderá sus falsos prejuicios con respecto al trabajo, y sabrá valorarlo como lo que es en realidad. Y eso mismo ocurrirá con las preocupaciones, angustias y demás dificultades de la existencia. Los elementos de la vida seguirán siendo siempre los mismos, pero, a pesar de todo, se producirá una transformación que no se puede articular con palabras. Ni él mismo podrá explicarlo, pues sólo se pueden explicar las vicisitudes de la existencia: una enfermedad que hay que soportar, una pérdida que hay que asumir, una enemistad que hay que recomponer. En todos los casos, la situación es distinta cuando se vive en Cristo.

Papa Francisco:

«Hablando del encuentro, me viene a la memoria ‘La vocación de Mateo’; ese Caravaggio ante el cual me detenía largamente en San Luis de los Franceses cada vez que venía a Roma. Ninguno de los que estaban allí, incluido Mateo, ávido de dinero, podía creer en el mensaje de ese dedo que lo indicaba, en el mensaje de esos ojos que lo miraban con misericordia y lo elegían para el seguimiento. Sentía el estupor del encuentro. Y no se puede comprender esta dinámica del encuentro que suscita el estupor y la adhesión sin la misericordia. Sólo quien ha sido acariciado por la ternura de la misericordia conoce verdaderamente al Señor. El lugar privilegiado del encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo a mi pecado. Y por eso, algunas veces, me habéis oído decir que el puesto, el lugar privilegiado del encuentro con Jesucristo es mi pecado. Gracias a este abrazo de misericordia vienen ganas de responder y cambiar, y puede brotar una vida diversa. La moral cristiana no es el esfuerzo titánico, voluntarista de quien decide ser coherente y lo logra, una especie de desafío solitario ante el mundo. No. Esta no es la moral cristiana, es otra cosa. La moral cristiana es respuesta, es la respuesta conmovida ante una misericordia sorprendente, imprevisible, incluso «injusta» según los criterios humanos, de uno que me conoce, conoce mis traiciones y me quiere lo mismo, me estima, me abraza, me llama de nuevo, espera en mí, espera de mí. La moral cristiana no es no caer jamás, sino levantarse siempre, gracias a su mano que nos toma».

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