Diez libros clásicos para estos días

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1. ‘El candelabro enterrado’

Cuando Tito derrotó a los judíos, se llevó consigo el Candelabro Sagrado de siete brazos (la Menorah), del Templo de Jerusalén, a Roma. O eso podemos deducir de una de las placas de su arco triunfal. Sin embargo, cuatro siglos después, los vándalos saquean Roma y, entre el botín de que se incautan, se encuentra este objeto litúrgico hecho de oro. A partir de ese momento, la comunidad hebrea, con una mezcla de fe, esperanza nebulosa, resignación y sutileza, intentará recuperar la reliquia. El periplo por las grandes ciudades y la magnificencia decadente de la Antigüedad tardía —una evocadora encrucijada entre lo clásico y lo medieval— sirve de escenario para la prosa de Zweig, un judío que contempló en el siglo XX el desmoronamiento de imperios y religiones.

2. ‘El guardián entre el centeno’

La obra más conocida de uno de los autores más enigmáticos —o excéntricos— de la historia. Esta novela cuenta en primera persona las andanzas de Holden Caulfield, un adolescente al que acaban de expulsar de su escuela privada poco antes de las vacaciones de Navidad. La trama se desarrolla a lo largo de un par de días por Nueva York, con todos los coqueteos que alguien de su edad y falta de rumbo puede experimentar. Su modo de expresarse ante el lector adolece de la misma incongruencia, lo que acaba dando a la novela una mezcla de impactante realismo, desasosiego y banalidad. Aunque muchos críticos consideran inmaduro leer El guardián entre el centeno pasados los treinta años, no hemos de olvidar que nuestra cultura consagra la eterna adolescencia. Y a veces Holden Caulfield es todo un filósofo. Como dice Enrique García-Máiquez, habrá quien prefiera leer La vida nueva de Pedrito de Andía, de Rafael Sánchez Mazas.

3. ‘El bandido adolescente’

Billy el Niño es uno de los delincuentes cuyo nombre resuena más en los oídos de la cultura popular, sobre todo, la cultura popular permeada de influencia gringa. En torno a él, y con una mirada periodística —bastante aséptica, como Dos Passos escribía; y profusamente documentada—, Sender ofrece un relato en que aparecen muchos elementos: la relación de Billy con sus familiares, su cercanía al elemento hispano, su código de honor, y su sorprendente cuajo. La historia, plenamente real, es fascinante, lo mismo que el escenario. Y más todavía la pluma del autor; nunca emplea un adjetivo de más, no aspira a tener más protagonismo que sus personajes. Wéstern exento de tópicos acartonados, sin nada de salsa de spaghetti.

4. ‘Novelas ejemplares’

En 1613 Cervantes publicó en un volumen una docena de lo que nosotros llamaríamos «novelas cortas» y que él prefirió denominar «ejemplares». El sentido de «ejemplar» excede el interés moralista que algunas de estas historias puedan tener. La idea fundamental consiste, más bien, en que se trata de relatos de suficiente extensión, muy entretenidos y bien redactados, con personajes de todo tipo y peripecias que van desde la picaresca hasta el amor, los duelos, lo exótico y lo castizo. Hay influencia bizantina e italiana, pero también una enorme originalidad y, sobre todo, modernidad. Porque son «ejemplares» según nuestros moldes, no según las formas antiguas de narrar.

5. ‘Veinte poemas de amor y una canción desesperada’

Poemario que pocos bachilleres o universitarios no habrán leído y que, entre adultos, se presta a discusiones literarias. Incluirlo en esta selección es, seguro, motivo de un ligero ataque de erisipela entre algunos lectores que se precien de escoger sus libros con esmero. Se trata de una referencia casi ineludible dentro de la literatura española. Neruda lo publicó cuando tenía veinte años, una edad en que la madurez y la juventud le propiciaron una contundente conjunción expresiva. Su empleo del verso alejandrino, la ausencia general de rima y la querencia por las palabras esdrújulas, dentro de un ambiente marinero —sol, arena, estrellas—, dotan a estos versos de un sabor de playa solitaria. Erotismo a base de olor a trementina y pasajes como: «De otro. Será de otro. Como antes de mis besos».

6. ‘Aventura poética’

Una de las mejores antologías de la obra del poeta quizá de mayor calidad y hondura de todo el siglo XX, al menos en lengua española. La introducción aporta toda la información necesaria, tanto para el lector más profano como para el especialista. Esta selección de poemas no sólo recorre cada una de las etapas y libros de Pedro Salinas, sino que logra ser, a la vez, representativa, variada y excelsa. Encontramos poemas divertidos y ultraístas —como 35 bujías o Underwood girls— y también los más característicos, en los cuales se fusionan experiencia personal de amor, filosofía y un atisbo de religión: «corporeidad mortal y rosa | donde el amor inventa su infinito». Poesías donde se reconoce a Píndaro —«que pierdo | una sombra, un sueño más»—; a Catulo —«que se rompan las cifras, | sin poder calcular | ni el tiempo ni los besos»—; a Jorge Manrique «preparé alta escala | —soñaba altos muros | guardándote el alma»—; y donde aparece el pasmo ante el cinematógrafo o la bomba atómica.

7. ‘Cartas de las heroínas’

La poesía antigua —griega y latina— resulta demasiado lejana a demasiados lectores. Cierto que es una poesía con un tipo de ritmo y tono diferentes a los nuestros, y que, además, en la traducción se suelen perder estos matices sensoriales. Sin embargo, son textos que han sabido traspasar el tiempo para continuar emocionando e interpelando. Siguen conteniendo preguntas, respuestas e inquietudes humanas y, por tanto, actuales. En Cartas de las heroínas, Ovidio realiza un ejercicio relativamente novedoso en su época: adopta la voz de mujeres como Helena, Penélope, Ariadna o Dido. Usando el género epistolar, reprochan a sus maridos y amantes los excesos y pecados del sexo masculino. Miradas y voces que parecen formar parte de nuestros propios conflictos de amor y pareja.

8. ‘Poesías completas’

De Jorge Manrique son archiconocidas —gracias a Dios— las Coplas a la muerte de su padre, pero este cimero personaje del siglo XV es mucho más. Sus poemas abordan una temática bien amplia, y hoy resuenan con un aire tanto medieval o antiguo como moderno. Porque Manrique es un puente entre la Edad Media —en sus versos parece oírse un eco de Juan de Mena y su Laberinto de Fortuna— y los grandes autores del Siglo de Oro y también de la Edad de Plata. Hay una proyección de Manrique en la poesía de San Juan de la Cruz y en la mayoría de poetas que han convertido el idioma español en un manantial de lirismo. La lectura de este libro nos descubrirá la paternidad que ejerce, tanto en poesía amorosa como en reflexión espiritual.

9. ‘Memorias de Adriano’

Suele pasar como una de las novelas más representativas del género de ficción histórica. En su elaboración, la belga Marguerite Yourcenar empleó casi tres décadas de documentación, revisión e investigación. Y lo cierto es que logró un texto bastante fiel al modo de expresarse y de entender la vida que se tenía en la Antigüedad, y más en concreto, en la época de Adriano. Su fidelidad histórica, empero, puede verse empañada por una cierta idealización del êthos de los Antonino Pío y Marco Aurelio… Porque Yourcenar parte de una reflexión de Flaubert: «Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que sólo estuvo el hombre». Aquí, el emperador Adriano columbra la muerte, recuerda episodios de su vida y nos habla en primera persona, charla con sus amigos y cavila sobre la condición humana.

10. ‘Los cosacos’

El autor participó como voluntario en la Guerra de Crimea y formó parte del ejército ruso que soportó el terrible asedio a Sebastopol. Experiencia vital que, en cierto modo, le sirve para esta novela repleta de grandes paisajes del Cáucaso, ansia de libertad y de búsqueda de una identidad propia, exotismo, música, amor, acción… Aparte de las consideraciones sobre el conflicto entre el encorsetamiento de la civilización y la autenticidad de una vida algo primitiva, este libro es un delicioso momento de diversión y aventuras. Para quienes no han podido terminar Anna Karénina ni Guerra y paz, sin duda Los cosacos les sabrá como un vino delicioso y sin pretensiones. Como diría Tolstói: Na zdorovie!.

José María Sánchez Galena/El Debate

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