El cuerpo, ¿amigo o enemigo?

Detalle de la Capilla Sixtina
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No es extraño escuchar, sobre todo en ambientes cristianos, que vivimos una cultura que idolatra los cuerpos. El boom de la bioideología de la salud y el bienestar, de las cirugías y tratamientos estéticos, de los gimnasios, del panerotismo… son signos que parecen confirmar esa idolatrización de lo corporal. Sin embargo, la forma en que se considera y se trata al cuerpo es señal de todo lo contrario: vivimos en una cultura espiritualista-materialista que desprecia el significado real del cuerpo, reduciéndolo a mera mercancía intercambiable. Nunca, en la historia de la humanidad, ha habido tanto desprecio por el cuerpo, llegando al paroxismo de la peor versión de la filosofía platónica y de las herejías puritanas cátaras y albigenses de finales de le edad media. Para entender el verdadero significado del cuerpo en la tradición cristiana, les ofrecemos este artículo del sacerdote P. Mateo.

Dr. Joan Antoni Mateo

En algunas presentaciones de la fe de otros tiempos se nos decía que el cuerpo, la carne, era enemigo del alma. Hoy, viendo la exaltación de los cuerpos, parece que es al revés…

El Catecismo de la Iglesia católica nos presenta una rica enseñanza sobre el cuerpo humano a la luz de la fe: «El cuerpo del hombre participa de la imagen de Dios: es cuerpo humano precisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el templo del Espíritu.» Este texto remite a la doctrina expuesta por el Concilio Vaticano II: «Uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, estos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y ha de resucitar en el último día.» El texto recoge elementos fundamentales de la antropología cristiana.

La doctrina sobre la creación expuesta en la Revelación se complace en presentar la bondad de la misma. La expresión «y vio Dios que era bueno» expresa que todo lo que sale de las manos de Dios es bueno y digno. Se presenta también la perspectiva cristológica de la creación del hombre, pues Dios lo hizo todo «en Él, por Él y para Él» y comprende la Encarnación de Cristo que implica su corporeidad. Y, finalmente, se recuerda la perspectiva escatológica que exige la resurrección de la carne, eso es, de la dimensión más frágil y concreta de la corporeidad. Por tanto, minusvalorar o despreciar el cuerpo no es cristiano. El cuerpo es «amigo» y amable. En la próxima semana veremos la dimensión de «enemigo».

Creo que quedó claro que, según la fe cristiana, el cuerpo es bueno y «amigo». Pero puede ser también «enemigo» o, mejor dicho, fuente de lucha, conflicto y sufrimiento. «Dios vio que era bueno», efectivamente, pero el pecado deja su huella. En el Catecismo (CEC, 2516), leemos: «En el hombre, porque es un ser compuesto de espíritu y cuerpo, existe cierta tensión, y se desarrolla una lucha de tendencias entre el “espíritu” y la “carne”. Pero, en realidad, esta lucha pertenece a la herencia del pecado. Es una consecuencia de él, y, al mismo tiempo, confirma su existencia. Forma parte de la experiencia cotidiana del combate espiritual.» Consecuencia del pecado que rompe el equilibrio querido por Dios y, al mismo tiempo, fuente de lucha, de combate. El cuerpo debe ser integrado en la persona y no debe permitirse que nos tiranice. Un santo de nuestros tiempos decía con acierto que «al cuerpo siempre hay que darle un poco menos de lo que pide». Norma sabia no solo para la santidad sino para la salud. Por esto, «la moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas» (CEC, 2289).

Aludiendo a esta posibilidad, enseñaba Benedicto XVI: «El hombre considera ahora el cuerpo como la parte únicamente material de sí mismo que utiliza y explota de manera calculada. (…) Nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano que ya no es la expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que se encuentra como relegada en el ámbito de lo puramente biológico. (…) El ser humano se convierte en una simple mercancía» (Deus Caritas Est, 5). Efectivamente, se degenera el cuerpo y con él a la persona, en una mercancía que se compra, se vende, se utiliza, se alquila y, finalmente, cuando ya no nos sirve, se tira. ¿Cómo no pensar ante estas proféticas palabras del papa Benedicto en esta aberración que presenciamos en los llamados «vientres de alquiler» donde se instrumentaliza el cuerpo de la mujer de manera tremendamente degradante separando artificiosamente la corporeidad de la totalidad de la persona y de sus sentimientos?

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