Terminaron las misiones populares con frutos increíbles. Como les he dicho alguna vez, los principales beneficiados con estas misiones son los mismos misioneros, por muchas razones, pero una de ellas es que la fe se afirma cuando se la trasmite. Y la alegría que surge en los misioneros al terminar la misión popular, es indescriptible, es una alegría interior muy profunda, que brota al exterior muy naturalmente. Tenemos como tradición, desde que comenzamos estas misiones populares en Tanzania, que al día siguiente de la clausura de todas las misiones, hacemos un festejo de acción de gracias para todos los misioneros: padres, hermanas, religiosos, y jóvenes. El lunes siguiente al Coprus Christi, día de la clausura de las misiones, tuvo lugar una misa en el noviciado y posteriormente un almuerzo, con el total de 71 misioneros.
Los frutos de las misiones se pueden enumerar en algún aspecto, pero otros tantos son incontables. Por ejemplo, entre las cuatro misones de Ubagwe, Namba 11, Kangeme y Bulela, se realizaron 188 bautismos y 18 casamientos, con una gran cantidad de primeras comuniones, e incontables confesiones. Por eso también digo que hay frutos que no se pueden contabilizar, como los frutos que se producen en las almas, y de los que somos testigos especialmente los sacerdotes en el sacramento de la confesión. Pero aún hay más frutos que se pueden considerar, como por ejemplo la cantidad de paganos que escucharon el mensaje del evangelio, y que esa semilla del evangelio, como la semilla de mostaza, seguirá creciendo, sin saber nosotros cómo, hasta convertirse en un gran árbol.
Conversando con algunos padres y hermanas, nos contaban muchos ejemplos de personas que recibieron a los misioneros, y los escucharon con gran agrado por largo tiempo. Algunos de ellos era la primera vez que escuchaban la historia de Cristo, la historia de la salvación. Una mujer, musulmana, escuchó a la hermana que estaba acompañada de otras misioneras, y el final de la visita le dijo con gran sinceridad: “hermana, lo que usted me ha dicho, me ha llenado el alma”. En otra misión las hermanas pasaban todos los días por la casa de un anciano para buscarlo y llevarlo al centro misionero de Bulela, a fin de recibir el catecismo y prepararse a recibir los sacramentos al final de la misión. Este hombre había sido bautizado cuando era niño, pero luego en su vida se apartó de la fe, y llegó a vivir en poligamia con varias mujeres. Actualmente se encontraba solo, viviendo con algunos de sus nietos. Se preparó para una confesión, y la recepción de la eucaristía y la unción de los enfermos. El mismo anciano les decía muy emocionado y con gran felicidad a las hermanas: “¡Miren a la edad que he vuelto a Dios!”.
En la misión de Kangeme, por ejemplo, fueron bautizados dos de los jóvenes que estaban misionando, una chica y un varón. Se venían preparando con el catecumenado, y participaban asiduamente en las reuniones de las Voces del Verbo. Pidieron, con la ocasión de la misión, poder recibir los sacramentos, y fueron bautizados, confirmados, y recibieron a Cristo Eucaristía por primera vez.
Por esto que les cuento a modo de ejemplo podrán comprender un poco la alegría de los misioneros al terminar las misiones populares. Porque detrás de tantos frutos, hay muchos sacrificios. Pues los grupos de los misioneros, en su mayoría debieron dormir en el piso, usar baños muy precarios, letrinas, y muchas otras incomodidades. La misma misión es incómoda, pues se debe realizar en pleno tiempo de sequía, con mucho viento durante todo el día, con mucha tierra, frío en la noche, y mucho calor por la tarde. Al sucederse de los días, el cansancio se hace notar, y se manifiersta muchas veces en varios misioneros enfermos de malaria, que suele acontecer luego de trabajos muy intensos, y de cansancio.
Esta fiesta del final de las misiones suele ser muy simple, pero inmensamente alegre. En oportunidades como esta recuerdo las palabras del P. Llorente, quien decía muchas veces que en medio de estas “alegrías misioneras” les daba ganas de hablarles a los jóvenes, con un deseo como el de San Francisco Javier, que deseaba recorrer las universidades de su tiempo, para gritarles a los estudiantes que hay miles de personas que no conocen a Cristo. El misionero en Alaska escribía: “Esa juventud inquieta que anda por el mundo buscando alegría sin encontrarla nunca, que venga a Misiones. De mí puedo afirmar que el gozo interno es a veces tan grande que temo me pague Dios en esta vida lo que yo creí ser patrimonio de la otra”.
¡Viva la misión!
¡Firmes en la brecha!.
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P. Diego Cano
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