Hoy, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

La Iglesia ve en la devoción al Corazón de Jesús la más completa profesión de la religión cristiana. Conduce al fiel a la viva conciencia del amor de Dios, a la vinculación personal con el Redentor, impulsa la vida de oración y sacramentos, así como la acción social, cultural y política de los cristianos en el mundo.
Sagrado Corazón de Jesús
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La devoción al Corazón de Jesús

En el convento francés de la Visitación en Paray-le-Monial, Santa Margarita María Ala­coque (1647-1690) tuvo unas revelaciones por las que conoció su misión especial: vivir totalmente unida al Corazón de Jesús, asimilando en todo sus sentimientos y voluntades, para reparar por los pecados del mundo; y difundir a toda la Iglesia esta devoción mediante una fiesta litúrgica. Con la ayuda providencial del jesuita San Claudio La Colombière, esta misión, humanamente imposible, tuvo admirable cumplimiento.

Pío IX instituyó la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús para la Iglesia universal, y los Papas, en varias encíclicas, ilustraron y recomendaron esta espiritualidad preciosa, difundiéndola por todo el pueblo cristiano: León XIII, Annum sacrum (1899); Pío XI, Miserentissimus Redemptor (1928); Pío XII, Haurietis aquas (1956); etc. De este modo, por primera vez en la historia, una espiritualidad concreta, la im­pulsada por Santa Margarita María, venía a ser reconocida por la Iglesia como una síntesis genuina de la espirituali­dad cristiana, universal y católica.

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Espiritualidad especial y espiritualidad común

La devoción al Corazón de Jesús, cuando es vivida con especial intensidad, es decir, con algunos acentos o medios particulares, puede constituir una espiritualidad especial. Pero de suyo, atendiendo a sus rasgos principales, es una síntesis auténtica de la espiritualidad común de todo el pue­blo cristiano, y la Iglesia ve en ella «la más completa profesión de la religión cristiana» (Haurietis 29).

En efecto, en la devoción al Corazón de Jesús se contienen todos los elementos principales de la espiritualidad cristiana. El cristiano, gracias a ella, cobra una viva conciencia del amor de Dios manifestado en el Corazón de Jesús; ve a la luz de esa misericordia su propia miseria y el pecado del mundo; se vincula al Redentor, a través de su humanidad sagrada, con una relación acentuadamente personal y amorosa, también afectiva; desarrolla una conciencia sacerdotal, y por tanto victimal, que lleva a ofrecerse con Cristo al Padre, para expiar por los pecados propios y ajenos; ayuda así a participar profundamente en la obra de la Redención de la humanidad…

Es, pues, una espiritualidad que, totalmente unida con Cristo Rey para el avance del Reino de Dios en el mundo, fomenta una vida claramente eclesial, impulsa la vida de oración y de sacramentos, la abnegación, la dirección espiritual y el apostolado, y como podemos comprobar en la historia de la Iglesia, lejos de producir una espiritualidad intimista y retraída, estimula con gran fuerza la acción social, cultural y política de los cristianos en el mundo.

Sagrado Corazón de Jesús

El Reino y el mundo

La devoción al Corazón de Jesús, a partir sobre todo del siglo XIX, se difunde en el pueblo cristiano precisamente cuando los católicos liberales entran en clara complicidad con el mundo. Y en este sentido, esta espiritualidad ayuda mucho a los fieles a ser muy conscientes del pecado del mundo; a vivir libres del mundo, y consiguientemente, del Diablo y de sus engaños, y a ser capaces por tanto de actuar sobre el mundo para mejorarlo, sanarlo y elevarlo, consagrándolo a Cristo Rey.

De hecho, se ha mostrado en los últimos siglos como la espiritualidad más fuerte y profundamente popular, la más capaz, llegado el caso, de guardar fidelidad hasta el martirio –pensemos en México, España o Polonia–. De ahí, quizá, precisamente, la especial aversión que hacia ella sienten los cristianos amigos del mundo, y el empeño que han puesto en falsificarla y desprestigiarla.

Universalidad

La devoción al Corazón de Jesús, precisamente por su centralidad subs­tancial, muestra al paso de los siglos una rara capacidad para asimilar espiritualidades aptas para todo el pueblo de Dios, como la infancia espiritual de Santa Teresa del Niño Jesús. Todo lo cual hace de ella en la historia de la Iglesia, la última gran espiritualidad, que por su esencialidad y sencillez, al mismo tiempo que tiene fuerza para conducir a la perfecta santidad por los medios ordinarios de la Iglesia, logra en el pueblo cristiano –lo mismo en Estados Unidos o en Polonia, en México o en Filipinas, en Iglesias locales recién nacidas o en otras de antigua tradición– una universalidad que a otras espiritualidades más específicas, lógi­camente, no les es dada.

Así, bajo la acción del Espíritu Santo, la devoción al Sagrado Corazón ha prendido hondamente en los laicos cristianos, y al mismo tiempo ha suscitado siempre entre ellos un gran número de vocaciones sacerdotales y religiosas. Y ha podido inspirar también igualmente a religiosos jesuítas o dominicos, agustinos, cartujos o tantos otros.

De los textos espirituales de Lanspergio, cartujo

Oh Señor Jesús, el olor de tus perfumes más fuerte que el de todos los aromas, acaricia suavemente mi olfato, libre ahora de todo deseo de los goces carnales y mundanos; tus perfumes ejercen sobre mí una deleitable violencia que me atrae a Ti, junto a Ti y en Ti; lamento el peso de las afecciones efímeras de aquí abajo y voy a ti, corro a ti, corro en pos de ti. Anido sobre el altar de tu Corazón, y allí deposito los hijos de mi alma, esto es mis obras, mis palabras, mis pensamientos, yo los lanzo hacia ti y tú los alimentarás.

Allí, sobre el altar de tu Corazón, encuentro el puerto seguro que los vientos agitados no pueden jamás turbar; en tu Corazón encuentro el reposo al abrigo de las tempestades; en tu Corazón encuentro delicias exquisitas que no engendran el disgusto y no están expuestas a ninguna alteración; en tu Corazón encuentro una paz profunda que ninguna disensión podrá turbar, una alegría que ninguna tristeza podrá cambiar, una felicidad sin nubes, una dulzura infinitamente dulce, una serenidad infinitamente serena, una beatitud infinitamente bienaventurada: es en tu Corazón que encuentro el principio primero de todos los bienes, la fuente primordial de toda suavidad, de toda santa alegría.

De tu Corazón, Oh Dios, la misma dulzura, derivan toda felicidad, toda dulzura, toda serenidad, toda tranquilidad, todo gozo, toda paz, toda alegría, toda delectación, toda suavidad, toda beatitud, en una palabra, todos los bienes: ellos derivan como de su fuente única e inagotable, para llegar enseguida a los corazones de todos los hijos de Dios, que son los ángeles y los hombres. ¿Y qué bien podría existir y cómo podría ser bien si no viniera de ti, Señor, bondad verdadera, bondad soberana, bondad única?

¡Ah, qué bueno es sacar todo lo que es bueno de esta fuente inagotable del Sagrado Corazón! ¡Qué bueno es embriagarse de esta fuente de los gozos más castos, más suaves; de esta fuente que mana de su seno un torrente impetuoso de los deleites más santos y más puros! ¡Qué perfecto, que delicioso e incomparable el olor de esos preciosos perfumes, quiero decir el olor de tus virtudes, Oh mi Jesús! Este olor invita a venir al altar, a ese santuario de tu sagrado Corazón, atrae a aquellos que invita, conduce a aquellos que atrae, no engaña a aquellos que conduce; al contrario los fortifica de manera que sin peligro puedan de ahora en adelante reposar de sus trabajos en la paz de su Corazón.

Lanspergio (Juan Gerecht) nació en Landsberg, Alta Baviera, en 1489/90. Entró en la Cartuja de Colonia hacia 1508, donde fue gran maestro espiritual, escribió obras de espiritualidad como el Enchiridion christianae militiae y el Speculum christianae perfectionis así como algunos opúsculos apologéticos en alemán en contra de Martín Lutero. Es uno de los pocos autores alabados por la Orden Cartujana por su amplia actividad literaria. Murió en el año 1539.

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J.M. Iraburu

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