La Iglesia frente al liberalismo

La Iglesia siempre rechazó al liberalismo en numerosos documentos, condenando formalmente sus tesis más graves.
El Pontífice Pío IX condenó el liberalismo
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Una de las corrientes principales que caracterizan a la cultura moderna es el llamado liberalismo. Como su etimología lo indica, la doctrina liberal tiene por esencia propia la exaltación de la libertad humana.

La Iglesia siempre rechazó al liberalismo en numerosos documentos, condenando formalmente sus tesis más graves. El Pontífice Pío IX condenó 80 proposiciones o tesis heréticas en su encíclica Quanta Cura con su Syllabus anexo, el 8-12-1864, reiterando las advertencias que él mismo había formulado en 32 documentos anteriores. La casi totalidad de las tesis condenadas han sido sostenidas por diversos autores de inspiración liberal.

La actitud de la Iglesia frente a los errores del liberalismo fue constante y reiterada en innumerables textos del Magisterio. Desde la carta Quod Aliquantum (10-3-1791), de Pío VI, hasta la reciente Carta de Pablo VI al Cardenal Roy (14-5-1971), la coherencia doctrinal de los documentos pontificios es invariable en su continuidad de dos siglos.

¿Cuáles son los motivos de tal severidad por parte de la Iglesia, frente a una doctrina que dominó a las naciones de Occidente durante casi tres siglos? Una consideración atenta de los principales aspectos de la doctrina liberal nos permitirá comprender las razones del sostenido combate que la Iglesia ha librado heroicamente, con todos los riesgos que ello supuso, con todos los mártires que contó en sus filas.

Fuentes doctrinales

La corriente liberal tuvo particular vigencia durante los siglos XVIII y XIX. A través del proceso revolucionario francés de 1789 -que constituyó la primera Revolución internacional- se extendió rápidamente en los países europeos, difundida por los ejércitos napoleónicos, e infundió su inspiración ideológica al movimiento emancipador de los países de hispanoamérica. Desde fines del siglo XIX, el liberalismo clásico fue adoptando posturas más matizadas, ante la tremenda evidencia del caos social y económico causado en Europa por la aplicación de sus principios fundamentales.

Las raíces doctrinales de la corriente liberal pueden sintetizarse en cuatro principales:

1) el nominalismo del siglo XIV, con su negación de la universalidad del conocimiento y su énfasis en lo individual.

2) el racionalismo del siglo XVI con su exaltación de la razón humana.

3) el iluminismo dio lugar al libre-pensamiento y a la concepción del hombre como absolutamente autónomo en lo moral. A ellos debe sumarse el influjo del protestantismo, sobre todo en su versión calvinista, que fomentó como lo prueban los estudios de Troelsch, Tawney, Sombart, Belloc y Max Weber- el espíritu de acumulación de riquezas.

El humanismo liberal

Desde el punto de vista filosófico, el liberalismo considera a la libertad como la esencia misma de la persona, desconociendo que los actos humanos son libres en cuanto suponen una guía u orientación de la razón.

El hombre es considerado como naturalmente bueno y justo, poseedor de una libertad absoluta, que no reconoce límite alguno. El “buen salvaje” rousseauniano es el arquetipo del individuo independiente y soberano, incapaz de malicia alguna. Es bueno por el simple hecho de ser hombre, sin que su perfección requiera una educación, un esfuerzo o una decisión personales.

En la medida del ejercicio pleno de su independencia, el ser humano está llamado a un progreso indefinido y necesario, tanto intelectual como moral. En el plano de la conducta, el sujeto no puede estar sometido a regulación ética alguna que no provenga de su propia autodeterminación. Este subjetivismo moral lleva aparejada la negación de todo orden objetivo de valores, del derecho natural y de la ley o Providencia divina.

La economía liberal

El liberalismo económico centra todo en la iniciativa y el interés individuales. Adam Smith habla del “sano egoísmo individual” como motor del dinamismo económico. La única ley fundamental es la ley de la oferta y la demanda; respetándola cabalmente se producirá espontáneamente la armonía de los intereses particulares.

Esta concepción asigna al lucro, a la ganancia por la ganancia misma, el carácter de fin último de la economía. El afán de lucro no reconoce limitación de ningún tipo moral ni religioso. El derecho de propiedad es exaltado como derecho absoluto, de modo tal que el dueño puede llegar hasta la destrucción del bien que posee, en nombre de sus derechos (ver “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano” de 1791); no se asigna a la propiedad ninguna función social.

El trabajo humano -en particular, el del obrero- es asimilado a una mercancía más, objeto de compra- venta en el mercado, con olvido total de la dignidad propia del asalariado. El salario, sometido a la “ley de bronce” , sólo tiene en cuenta al individuo que trabaja y no al sostenimiento de su familia.

La sociedad y el Estado

En razón de postular que el solo respeto de la libertad absoluta de cada ciudadano asegura automáticamente la armonía de los intereses particulares, el liberalismo suprime todos los grupos e instituciones existentes entre los individuos y el Estado. Es así como la familia se ve gravemente afectada por la introducción del divorcio, por la total libertad de designar herederos, por la división del patrimonio familiar. Así también, la ley Le Chapelier (1791) suprimió todas las organizaciones artesanales y profesionales existentes en Francia, prohibiendo toda forma de reunión y de asociación, por considerarlas atentatorias de la libertad individual.

El Estado, definido cómo dictatorial por naturaleza, es relegado a mero custodio de la libertad y la propiedad de cada ciudadano; en virtud del «laissez faire, laissez passer”, la autoridad política carece de toda función positiva.

La moral y el derecho

Dado que el individuo es autónomo, no reconoce otras normas que las que él mismo se dicte. Todos los valores morales se reducen a lo subjetivo, razón por la cual, lo que uno concibe como recto o justo no tiene por qué ser admitido por los demás.

Así como la moral se separa totalmente de la religión, el derecho se independiza de la moral (positivismo jurídico). Todo derecho es subjetivo y no reconoce otra regla que la voluntad de los sujetos que libremente acuerdan convenios, contratos, sociedades, etc.

En nombre del sufragio universal y de la soberanía popular, la democracia liberal expresa en forma de ley lo que los individuos han decidido. El derecho positivo no reconoce ninguna dependencia con relación al derecho natural y se exige en principio la separación total entre Iglesia y Estado.

«El orden natural», Carlos Alberto Sacheri.

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