¿Qué padecen los jóvenes que dejan de relacionarse con el mundo? Conoce el síndrome Hikikomori

La única conexión que le queda con la realidad es a través de internet, la televisión o los videojuegos, que muy reales no es que sean.
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Una foto: una habitación oscura, desordenada, con cierto olor a cerrazón, en cuyo centro hay un joven, adolescente o ya entrado en la edad adulta, sentado frente al televisor. No ha salido en todo el día de su cuarto porque tampoco lo ha necesitado. En caso de hacerlo, podría salir, pero no haría contacto social con nadie, ni con sus padres, con los que comparte casa.

Puede que haya abandonado sus estudios y su trabajo ante la decisión de auto-confinarse y abandonar el mundo exterior. La única conexión que le queda con la realidad es a través de internet, la televisión o los videojuegos, que muy reales no es que sean. Podría ser la trama de un capítulo de la serie Black Mirror, pero lejos de ser ficción esta es la vida del 1,2 % de la población japonesa, que padece el llamado síndrome de hikikomori.

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Trastornos asociados

Fue el psiquiatra Tamaki Saito quien lo definió por primera vez en 1998, en su libro Sakateki hikikomori, una adolescencia sin fin; y lo hizo como «aquellos que se retiran completamente de la sociedad y permanecen en sus casas durante un periodo mayor a seis meses, con un inicio en la última mitad de los 20 años y para quienes esta condición no se explica mejor por otro trastorno psiquiátrico».

Al principio, se pensó que se trataba de un fenómeno exclusivo de la exigente y perfeccionista cultura japonesa, pero pronto comenzó a extenderse por otros países. Ahora ha pasado a ser una patología psiquiátrica propia de países desarrollados y de naciones de altos ingresos.

Concretamente en España –donde hikikomori se conoce como el síndrome de la puerta cerrada–, se llevó a cabo un estudio para descubrir la prevalencia de esta patología, cuyos resultados se publicaron en el International Journal of Social Psychiatry. Los investigadores analizaron un total de 164 casos por todo el país, que mostraban un periodo medio de aislamiento de 39,3 meses, aunque alguno de ellos había pasado 30 años aislado. En la mayoría de los casos, los investigadores encontraron un trastorno mental asociado.

Distintas investigaciones han ligado este síndrome con otras patologías, hasta el punto de llegar a pensar que hikikomori aparece como consecuencia de algún otro trastorno. Los estudios lo relacionan con una alta prevalencia de ansiedad, depresión y trastornos psicóticos como la esquizofrenia. Sea como sea, hikikomori parece ser la respuesta a un elevado nivel de estrés social al que no se es capaz de hacer frente o miedo al fracaso frente a unas expectativas, familiares y sociales, inalcanzables.

Factores de riesgo

Los expertos en la materia, entre los que figuran Mario de la Calle y María José Muñoz –autores de Hikikomori: el síndrome de aislamiento, publicado en la Revista de la Asociación Española de Neuropisquiatría–, no hablan de causas, sino de factores de riesgo que hacen a determinadas personas más predispuestas a padecerlo y encerrarse en sus cuartos.

Desde el punto de vista psicológico, se le ha relacionado con experiencias traumáticas en la infancia, como la exclusión social o el acoso escolar. Ciertos rasgos de personalidad, como la introversión o la timidez temperamental, están también ligados con una mayor prevalencia de hikikomori.

Un grupo de investigadores japoneses definió el síndrome a partir de una serie de características propias de quien lo padecen, que son las siguientes:
Pasar la mayor parte del tiempo en casa.

Ausencia de interés por ir a la escuela o trabajar.
Tiempo mínimo de aislamiento de seis meses.
Ausencia de esquizofrenia, trastorno bipolar o discapacidad intelectual.
Exclusión de quien mantiene relaciones personales.
Derivadas de la creciente investigación, se ha descubierto que el inicio de aislamiento puede producirse relacionada con una crisis de identidad del adolescente, cuyo ritmo de sueño y vigilia puede verse alterado y renuncian a asearse.

Dado que tiene unos síntomas muy reconocibles, puede parecer fácil de diagnosticar. Sin embargo, los jóvenes que lo padecen pocas veces piden ayuda. Igual de complicado se hace, aún contando con la ayuda de la familia, iniciar un tratamiento que pueda devolver a quien padece hikikomori al mundo real, porque después del aislamiento sus habilidades sociales se pueden ver mermadas. Servicios de asesoramiento online a través de las redes sociales podrían considerarse un canal seguro para restablecer la confianza de estos jóvenes en otras personas antes de iniciar intervenciones cara a cara.

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